domingo, febrero 19, 2006

... que hablarí­a hasta quedarme sin voz


En un pasillo, no hay nada ni nadie a mi alrededor, sólo puertas, me aferro a una de ellas, agarro el picaporte y tiro, pero no se mueve, en el otro lado alguien echó la llave y no me la quiso dar, una puerta blindada, sin opción, con un muro tras de si y aunque lo sé, sigo aferrada a ella, tirando y tirando, cada vez más magullada y cansada por los intentos de atravesarla.

Todas las demás puertas se hallan cerradas, pero esta vez cerradas por fuera, y soy yo quien tiene la llave.

Saco una de ellas y abro la puerta poco a poco, al otro lado mi niña, le cuento entre risas y chorradas como me siento, es mi manera de quitarle importancia a las cosas, para no dejar ver lo que verdaderamente hay. Vuelvo a cerrar la puerta.

De repente alguien me hace cosquillas por detrás, me doy la vuelta y recibo un abrazo y un montón de besos pequeñitos, mientras me pregunto como ha llegado hasta ahí.

Me alejo de las puertas, pero no me olvido de mi puerta, echo la mirada hacia atrás y le dedico una sonrisa sincera, todavía no puedo decirla adiós, todavía espero que rompa el muro y me deje volver a entrar.

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Este finde ha sido la caña, ya prometía serlo desde un principio, y finalmente se cumplió. Varo y Falo (lo dije jeje) venían a visitar la capital. Dos asturianos y tres madrileñas de fiesta… resultado final:
- Me quede sin voz, y esto de forma literal, aunque lo intento no me salen las palabras.
- Ya tengo dos personas más a las que echar de menos.

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